Dicen que no es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita. Y el ser humano necesita muchas cosas. Queremos estar a la moda, llegar al espacio, una televisión de pantalla plana de ochenta pulgadas y joyas para deslumbrar. Queremos Internet, computadoras portátiles, teléfonos celulares, iPods y aviones que nos lleven a hacer turismo a donde y cuando nos dé la gana. Queremos comodidades, dinero, poder e influencia y, si es posible, un poco más.
Siempre hemos tenido necesidades, anhelos y ambiciones, pero cuanto más necesitamos, fabricamos, consumimos y desechamos, más afectamos al medio ambiente. Es un círculo vicioso, ya que dependemos de nueva tecnología para contrarrestar los efectos de la primera. Vivimos el mito de Frankenstein, víctimas de nuestra propia creación.
El desarrollo tecnológico e industrial que nos proporciona la felicidad ha deteriorado el medio ambiente de todo el planeta, amenazando nuestra supervivencia. Competimos, consumimos y contaminamos a un ritmo cada vez más acelerado, y en el fondo todos lo hacemos por la misma razón: vivir mejor. Es el precio por lo que deseamos, pero, ¿de verdad hemos creado una sociedad mejor?
La lucha por el estatus social o la protección y defensa de los semejantes antes que de los extraños, son instintos humanos que durante miles de años nos han conducido a la innovación, al conflicto y a desarrollar instituciones para asegurar el “status quo”. El modo de comportarnos no ha sido impuesto por una conspiración de las clases poderosas, la cultura surge siempre desde abajo, con la acción de cada uno de los miembros del grupo social. Es urgente una reforma radical en las leyes y en la industria, pero también en nuestros valores y hábitos.
La cuestión medioambiental es un problema complejo que involucra nuestra forma de relacionarnos con nuestro medio ambiente, pero también la forma de relacionarnos como seres sociales. Cambiar la forma de satisfacer nuestras necesidades materiales conlleva también mutar nuestro “ADN social”, es decir, la forma en la que hemos aprendido a organizarnos socialmente para sobrevivir.
Queremos tener de todo mientras la mitad del mundo no alcanza a cubrir sus necesidades mínimas y eso simplemente no es sostenible. Mientras persista este modelo de sociedad, individualista, consumista y capitalista, las cosas seguirán como hasta ahora. Tenemos que aprender una forma diferente de hacer las cosas antes de que ocurra una crisis o un conflicto a escala mundial o un desastre ecológico irreversible.
El clima ya está cambiando, seguro que algo más tendrá que cambiar. Nunca como ahora se ha dispuesto de tantos conocimientos, recursos, tecnologías e instrumentos para desarrollar y dinamizar estas utopías. Es sólo cuestión de atrevernos, de comprometernos y de actuar con una nueva mentalidad: la de lograr una nuestra sociedad sostenible y respetuosa, tanto con el medio ambiente como con las personas. El tiempo dirá si somos capaces de lograrlo.
Málaga, España. Febrero, 2008.
Publicado en la revista Complot, Marzo 2008.
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