sábado, 13 de junio de 2009

La Condensación Del Alma

El que escribe se da cuenta de que si deja de escribir, deja también de recibir mensajes, cartas o misivas electrónicas. Tal vez sea verdad que cuando no los mira, desaparecen, como el árbol que no hace ruido cuando cae, si no hay nadie que lo escuche. Aunque quizá no: quizá el árbol no cae porque nunca ha existido; a fin de cuentas, la realidad es demasiado compleja y profunda para aprehenderla y comprenderla por completo, de forma que cada uno se forma su propia opinión de las cosas...

Igualmente, el que escribe se deja llevar por sus impresiones y cree que hace juicios justos, que sabe cómo funcionan las cosas y que su razón le acompaña. Nada menos verdadero que la mentira, pero qué coño, tampoco le creyeron cuando decía que podía conquistar el mundo, le dijeron que no era nadie especial hasta que se atrevió a serlo, sólo para descubrir que todos son especiales; así que él no lo es más que los demás, lo cual le provoca, cada vez que lo recuerda, la risa y el llanto a la vez...

El que escribe hace lo que todos: Busca, se confunde, quiere parecer y es incongruente, habla bien pero luego se despista y, únicamente en algunas ocasiones, casi siempre fortuitas, da con alguna conclusión que se podría acercar a algo que se podría llamar la realidad, tan difusa y difícil de enfocar como un mechero en una noche de borrachera (sabes que está ahí, y sin embargo, cuando lo encuentras te das cuenta que has perdido tu cigarro)...

Es por eso que el que escribe tiene que mantener el sentimiento. La distancia lo aparta de muchas personas que quiere, y se debate entre las tristezas y las alegrías del hombre cotidiano, lo cual lo alegra y le da paz, pero se pregunta si ha cultivado suficiente su alma, si se encuentra en verdadera paz, si es libre o si se engaña a si mismo, si ha sido demasiado hedonista un fin de semana o responsable el siguiente. Piensa demasiado demasiadas ideas hasta que pierde la mirada y se torna huraño y taciturno; es justo entonces cuando las ideas le piensan a él y tiene que beber un poco para regresar al mundo de la materialidad sensible. Arte y poesía no pagan el alquiler, a menos que, si y solo si, las preposiciones se transformen en recetas, y el que escribe sigue pensando en cultivar su alma, o consumirla, o considerarla, o consolidarla, o condensarla.


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